Por: Germán Silva Cuadra / Psicólogo, académico y consultor
Para mí, un dictador es un dictador sin apellido. No tengo dudas de que Maduro lo es en Venezuela, así como Pinochet lo fue en Chile. Tampoco tengo dudas de que las imágenes de represión que hemos visto en Venezuela estos días son similares a las que vivimos con Pinochet aquí. El tuit de Vlado Mirosevic a Marcela Cubillos se convirtió en trending topic: “Marcela, no se puede exigir democracia en Venezuela con la foto de Pinochet en la casa”. Más claro, imposible. El diputado usó la red social para responder a los ataques bastante curiosos de la candidata a alcaldesa por La Condes contra Michelle Bachelet, una de las primeras figuras de la izquierda chilena en poner en duda los resultados del 28 de julio. Según Cubillos, la declaración de la expresidenta era “una vergüenza para los chilenos”. Lo cierto es que el caso Venezuela ha dejado en evidencia las contradicciones, volteretas y falta de consistencia de una parte importante de nuestra elite política.
Treinta y tres personas muertas, 2.200 heridos, 440 traumas oculares –de ellos, 34 con pérdida total de la vista– y 17 mil detenidos. Estas cifras NO corresponden a la represión que está desarrollándose en Venezuela, sino que forman parte del balance de las manifestaciones de octubre de 2019 en Chile. En ese momento, desde la derecha –partiendo por Marcela Cubillos– no solo guardaron silencio frente a las víctimas, sino que además avalaron la presencia militar en las calles y el Estado de Excepción.
El Partido Comunista, por su parte, fue el que levantó su voz condenando al Gobierno de Sebastián Piñera de “violaciones sistemáticas a los derechos humanos”. De hecho, una de las voceras de esa colectividad fue Camila Vallejo, en ese entonces diputada y hoy ministra vocera de La Moneda. Hoy guardan silencio por lo que pasa en Venezuela
La derecha está horrorizada con el dictador venezolano. Dicen no soportar la represión en las calles a punta de bombas lacrimógenas, detenciones masivas y disparos a matar. Dicen no tolerar la falta de libertad y democracia. Es decir, las mismas conductas que no solo aceptaron, sino que aplaudieron durante los largos 17 años de su propio dictador: Augusto Pinochet.
El PC y un sector de la izquierda consideran que Maduro es un demócrata y que ganó limpiamente. Esa misma farsa que criticaron duramente para el plebiscito de 1980. Tampoco logran visualizar la represión contra la gente en las calles de Caracas, pero sí la pudieron observar en octubre de 2019 en Chile.
La candidata del sector, Evelyn Matthei, despliega un discurso brutal contra “el dictador”, y emplaza a Bachelet y a Boric. Olvida que fue a Londres a solidarizar con el “otro dictador”, el suyo. El senador del PC Daniel Núñez evita, con su voto, que el Senado chileno condene el fraude en Venezuela, pese a que el Presidente Boric –de la coalición de la que forma parte– ha señalado exactamente eso mismo.
Núñez olvida también que intentó que Piñera abandonara constitucionalmente su cargo por las violaciones a los DD.HH. ocurridas en 2019.
Para el cierre de la campaña del No en 1988, Serrat se quedó arriba del avión en Santiago, igual que los expresidentes que no dejaron entrar en Caracas. Ojalá, en su época, la derecha hubiera condenado lo de Serrat con la energía que lo hizo hace unas semanas. Es como que Venezuela hubiera despertado lo más profundo de nuestras contradicciones. El expresidente Piñera los fue a invitar a Cúcuta –“aceptaremos a todos los que quieran venir”– y la derecha los recibió con delirio, porque era una forma de dejar al descubierto a la izquierda de Chávez, esa admirada por la izquierda chilena. Después, cuando la migración venezolana se transformó en un problema, la misma derecha comenzó a culpar al Gobierno de Boric por su incapacidad de controlar el fenómeno y de expulsarlos.
Durante la campaña, el actual Mandatario prometió entregarles derechos a los migrantes, así como antes la izquierda se había empeñado por que esos migrantes, apenas con 5 años en el país, pudieran votar en todos los comicios –este es uno de los pocos países del mundo en que los migrantes votan por Presidente de la República–. El oficialismo intentó que esos migrantes se desincentivaran de votar al no pagar multa, partiendo del diagnóstico de que el venezolano vota por la derecha –los llaman despectivamente “fachos pobres”–.
La derecha, por su parte, que ha buscado por todos los medios contener la migración, tiene un juicio durísimo contra los venezolanos –“ni un venezolano más debe entrar”, dijo Matthei hace unos días–, en su relato señala que deben ser expulsados, que son una lacra, etc., pero parte de su campaña está enfocada en conseguir el voto de esa misma gente que detestan.
Para mí, un dictador es un dictador sin apellido. No tengo dudas de que Maduro lo es en Venezuela, así como Pinochet lo fue en Chile. Tampoco tengo dudas de que las imágenes de represión que hemos visto en Venezuela estos días son similares a las que vivimos con Pinochet aquí. Es la forma en que tratan de acallar a la prensa, a los opositores. Es la manera en que controlan el poder total. Lo mínimo que uno le puede pedir a nuestra desprestigiada clase política es coherencia.
Si Cubillos o Matthei antes apoyaron a Pinochet, al menos deberían abstenerse de hablar en exceso en estos días. Por un mínimo de pudor. Si el PC apoyó la venida a Chile de Honecker, si ha hecho vista gorda con otras dictaduras, al menos podría evitar poner en aprietos al Gobierno chileno y al Presidente Boric, quien, por lejos, ha estado a la altura y actuado con un nivel de madurez y una firmeza que sorprendieron incluso a la oposición. Porque cuando se actúa con coherencia, como lo hizo Gabriel Boric, se puede estar tranquilo con la propia conciencia. Por supuesto, no existen dictadores con apellidos. Son dictadores, independientemente del sector político al que uno pertenezca. Y, claro, podrán criticar al Mandatario por “cambiar de opinión”, pero no por inconsistentes.